Poeta, escritor, crítico, periodista, maestro de la novela corta, Edgar Allan Poe tuvo una vida dura, difícil, llena de contradicciones, a caballo entre la holgura económica de sus protectores, los Allan, y la pobreza de su familia, siempre atrapado por el perpetuo contraste con la educación elitista recibida y una realidad penosa. Una vida marcada por un carácter sensible e irascible, por sus continuos enfrentamientos con John Allan, por la influencia de las mujeres, por su extraordinaria capacidad, imaginación e inteligencia que lo llevó a lo más alto, pero también marcada, tristemente, por su temprana adicción al alcohol, el opio o el láudano, que lo arrastraron a los infiernos y a una muerte prematura.
Edgar Poe (el Allan, apellido de su protector, lo adoptaría más tarde), nació en Boston el 19 de enero de 1809. Sus padres, David Poe y Elizabeth Arnold Poe, actuaban en una compañía teatral, siempre en movimiento, con precarias condiciones económicas y una delicada salud, dominada por la tuberculosis. El padre murió o desapareció muy pronto, antes de que naciera su tercer hijo y la madre no tardó en morir dejando huérfanos a los hermanos Poe (William Henry –también escritor y muerto prematuramente a los veinticuatro años de la misma enfermedad que sus padres– Edgar y Rosalie) cuando Edgar no había llegado a cumplir los tres. La orfandad supuso la separación. El mayor fue acogido por una familia en Baltimore y los otros dos quedaron en Richmond (Virginia): Edgar con los Allan y Rosalie con los Mackenzie.
John Allan, que nunca quiso adoptar legalmente a su protegido y que llegó a desheredarle, era un hombre de negocios, adinerado, de fuerte carácter que esperaba encauzar a Poe por el camino del derecho, pero él quería ser poeta y eso originó desde el primer momento un continuo enfrentamiento entre ambos que duró hasta el fin de sus días; por el contrario, su mujer, Frances, sintió desde el primer momento verdadero amor por ese niño al que trató como una auténtica madre. Poe recibió una esmerada educación de caballero, rodeado de cuidados y confort. En 1815 viajó con su familia a Inglaterra; allí estudió en un colegio inglés hasta que en 1820 volvieron a Richmond. Fue un feliz periodo que influyó en ese andar contradictorio –bienestar, pobreza– que caracterizó su continuo sube y baja anímico.
De esta influencia en su educación y ambiente habla el escritor argentino Julio Cortázar (Ixelles, Bruselas, 1914-París, 1984) en el prólogo de los Cuentos de Poe publicados por Alianza Editorial (1970) comentando que “Edgar Poe creció como sureño, pese a su nacimiento en Boston, y jamás dejó de serlo en espíritu. Muchas de sus críticas a la democracia, al progreso, a la creencia en la perfectibilidad de los pueblos, nacen de ser ‘un caballero del Sur’, de tener arraigados hábitos mentales y morales modelados por la vida virginiana. Otros elementos sureños habrían de influir en su imaginación: las nodrizas negras, los criados esclavos, un folklore donde los aparecidos, los relatos sobre cementerios y cadáveres que deambulan en las selvas bastaron para organizarle un repertorio de lo sobrenatural sobre el cual hay un temprano anecdotario”. Basta recodar uno de sus estremecedores cuentos –y hay muchos donde elegir–, Ligeia (1838), para comprobar hasta qué punto mantenía una enfermiza relación con la muerte.
La vuelta a EE UU supuso el final de una época. Se lanza a escribir versos, en los que ya se observa su talento y la influencia del Romanticismo; se enamora de la madre de una amiga, se siente menospreciado y empieza a dar muestras de su carácter independiente y orgulloso. Los altibajos –-una constante en su historia– aumentan cuando su padre y los padres de Sarah Elmira Royster (que volvería a aparecer al final de su vida y con la que se habría casado si la muerte no se hubiera adelantado) se oponen a su relación e impiden todo tipo de comunicación. En 1826 ingresa en la universidad de Virginia. Nuevo traspiés, allí el juego y el dinero tienen una gran importancia y es allí también donde empieza a beber. Allen no está dispuesto a pagar otra cosa que los estudios, y aunque es un estudiante sobresaliente, interesado por todo tipo de materias, acaba abandonando dominado por las deudas que su “padre” se niega abonar.
En Boston, donde vivió al marcharse de su casa, publica Tamerlan y otros poemas (1827) que supone un fracaso en ventas. Carece de medios para vivir con independencia por lo que para mantenerse se alista de soldado, y es durante su estancia en el ejército cuando muere Frances sin que él llegue a verla. Viaja a Baltimore en busca de su familia, los Poe, allí encuentra a su tía Mrs. Clemm, que lo ayuda pese a sus penurias y se convierte en esa madre que tanto necesita. Trata de publicar otro poema Al Aaraaf y consigue que Allan lo apoye para entrar en West Point, donde ingresa en 1830. La estancia allí es otro fracaso –no encaja en ese ambiente–. La mala salud, la falta de tiempo para escribir, las desobediencias, las deudas impagadas fuerzan su expulsión, no sin conseguir antes que sus compañeros con la ayuda de un oficial costearan un libro de poemas –entre los que se encuentra Israfel– que aparecería en 1831. Más tarde, dominado por los problemas de subsistencia da un giro a su carrera literaria y se lanza a escribir en prosa: ahí están sus cáusticas criticas literarias, los ensayos, las cartas y, sobre todo, los cuentos, 67 en total, que estrenó con Metzengerstein (1832), relato en el que todavía se vislumbra cierta influencia de la novela gótica. En tres de esos cuentos: Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Roget y La carta robada, está el germen de la novela policiaca y la creación de un inspector analítico y perspicaz, Auguste Dupin, que más tarde serviría a Arthur Conan Doyle de modelo para su Sherlock Holmes. De los relatos destacan, sobre todo, los cuentos de terror, un terror psicológico, escrito con intensidad, que encoge e incluso hiela el corazón y que nada tiene que ver con crímenes sangrientos o espeluznantes. El gato negro (1843), El pozo y el péndulo (1842), El corazón delator (1843), El escarabajo de oro (1843), El tonel de amontillado (1846), La máscara de la muerte roja (1842), El entierro prematuro (1844) o El descenso al Maelströn (1841)son títulos para leer o recordar, lo mismo que La caída de la Casa Usher (1839), de tintes biográficos o Morella (1835), Eleonora (1842) y Berenice (1835) en los que rememora mujeres de su vida.
En 1835, se casa con su prima Virginia, hija de William Clemm y de María Poe, su tía. Pese al carácter infantil de su mujer y a la diferencia de edad, Poe la trató siempre con enorme cariño. Su muerte, en 1847 con solo 24 años, lo llenó de abatimiento y lo llevó, una vez más, al abismo de la bebida.
En todo ese tiempo, escribe sin cesar, se mueve entre Richmond, Baltimore, Boston, Filadelfia, Nueva York; traba relaciones con varias mujeres, pese a estar casado; trabaja en diferentes revistas literarias (Southern Literary Messenger, Burton’s Magazine, Grahan Magazine); pronuncia conferencias, recita poemas y va forjando el que sería su mejor poema, El cuervo (1845), una composición poética, repleta de musicalidad y misterio que dio imagen al Romanticismo norteamericano y al autor le supuso la fama internacional.
Ese año, 1845, marcó también el final de su gran actividad literaria. Malvive y se deja arrastrar por las circunstancias. La muerte de Virginia aceleró el declive de su ánimo y salud, hasta que en 1849, totalmente ebrio fue ingresado en un hospital donde murió al cabo de cinco días, sin que se sepa exactamente la causa de su fallecimiento.
Volvemos Cortázar y a su consideración final para terminar el relato de su vida: “Murió a las tres de la madrugada del 7 de octubre de 1849. ‘Que Dios se ampare de mi alma’ fueron sus últimas palabras. Más tarde, biógrafos entusiastas le harían decir otras cosas. La leyenda empezó casi enseguida y a Edgar le hubiera divertido estar allí para ayudar, para inventar cosas nuevas, confundir a la gente, poner su impagable imaginación al servicio de una biografía mítica.”